Olimpia, Homero y La Odisea

Olimpia, ese milenario sitio griego, en la península del Peloponeso, es mundialmente conocido por haberse constituido allí los “juegos olímpicos.” Ahora, el lugar, donde todavía pueden verse parte de los templos dedicados a Hera y Zeus, tiene un nuevo motivo de interés. Acaba de ser exhumado el más antiguo texto de La Odisea.

“La placa de barro es probablemente el extracto más antiguo de la epopeya de Homero que haya salido a la luz hasta ahora y, más allá de ser única, es un hallazgo epigráfico, arqueológico, filológico e histórico importantísimo”, señala el comunicado del Ministerio de Cultura de Grecia en relación a la que sería la más arcaica inscripción que se conserva de La Odisea. La lámina extraída en el sitio arqueológico de Olimpia – allí donde se iniciaron los clásicos juegos deportivos – en las proximidades del santuario del cuál aún pueden verse los principales aspectos de la construcción. La escritura pertenecería a la época romana y, lo más probable, es que sea anterior al siglo 3 a. J. Fue obtenida por el equipo de arqueólogos griegos y alemanes que están trabajando en el lugar desde hace tres años. Precisamente en los inicios de aquellos trabajos, estuve recorriendo Olimpia – no sin realizar una carrera pedestre en la misma pista de atletismo usado a lo largo de tantos siglos, como lo muestra una de las fotos que acompañan esta nota, por la misma pista que lo hicieran los helenos hace más de dos milenios – pudiendo observar, sobre todo, la magnificencia que aún exhibe el santuario donde era encendida la antorcha que daba inicio a la temporada deportiva.

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Las prácticas – que fueron las más prestigiosas del Imperio Griego – se establecieron en el año 776 a. J. continuando hasta el 393 de nuestra era en que el emperador romano Teodosio I (quien era cristiano), los abolió por considerarlas parte de rituales paganos.

Olimpia se vestía de fiesta cada cuatro años para coronar a los ganadores con ramas de olivo entrelazadas.

Olimpia es, en la actualidad, una moderna pequeña ciudad que se encuentra a pocos minutos en auto del sitio arqueológico. Cierra sus puertas a las 20 horas. Hasta las 18 horas suele haber muchos visitantes que llegan en ómnibus turísticos pudiéndose oír a los guías dando explicaciones en los más diversos idiomas. A partir de ese momento, hasta el cierre del acceso a la Olimpia tradicional, es el mejor momento para hacer un solitario, sereno y revelador recorrido. Estar en aquel lugar, participando de un atardecer donde los rayos solares hacen esgrima entre las ramas de los cipreses, se transforma en inolvidable experiencia.  Momentos como estos permiten caminar sin perturbación alguna por lo que se mantiene en pié del gimnasio mientras uno imagina aquellos hombres entrenando para convertirse en el mejor; sólo el mejor… luego la mirada queda asombrada al atravesar el estadio con capacidad para 45.000 personas, observando columnas por doquier, encontrando grandes piedras ajustadas unas a otras con milimétrica precisión constituyendo singulares muros.

El Museo Arqueológico de Olimpia exhibe restos de la ciudad, como una estatua de Hermes Trismegisto (el Thot de los egipcios y Mercurio de los romanos) que se atribuye al escultor Praxiteles

Y como si todo esto fuera poco… ahora hay que sumar que es aquí – antes de la entrada al santuario – donde acaba de ser hallado el más antiguo texto de La Odisea. Se trata de 13 versos de la decimocuarta rapsodia pertenecientes al discurso que Ulises – rey de Itaca – hace a su criado Eumeo.

 

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Eleusis, la ciudad de los misterios

Situada a unos 18 Km. al noroeste del centro de Atenas dirigirse, hoy en día, a visitar la ciudad arqueológica de Eleusis, implica un cómodo y breve trayecto que puede hacerse tanto en auto como en ómnibus. Aquí nació uno de los tres trágicos griegos: Esquilo (525 a. J.) Era una población agrícola productora de trigo y cebada.

Alcanza comenzar a recorrer lo que aún está en pié de las milenarias edificaciones para comprender que no se trata de una ciudad cualquiera. Intersticios entre los enormes bloques pétreos del piso advierten que, debajo, hay salas y galerías. Estructuras – igualmente de roca – cilíndricas, enclavadas en el suelo, conforman la parte visible de sistemas de aireación para quienes – en aquellos tiempos – habitaron el subsuelo eleusino. Sectores donde oficiaban ceremonias sacerdotes y sacerdotisas, en las que además tuvieron lugar los rituales de iniciación los aún famosos “misterios” término que proviene del latín mysterium, que lo tomó del griego μυστήριον (mystérion), un derivado de la palabra μύστης, que, precisamente, significa “iniciación.” Iniciación es un proceso por el cual el profano (aquel que se encontraba a las puertas del templo) realiza un determinado “trabajo” (cuyas características se mantuvieron en secreto) que lo lleva a una transformación de personalidad; una real transmutación.

Entre esas edificaciones se encontraba el Plutonion, la gruta que permitía el ingreso al mundo de los muertos. Muy cerca de allí estuvo sentada descansando Demeter.

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Platón, iniciado en los misterios de Eleusis, se refiere a esto en el Fedón; expresa “nuestros misterios tenían un significado muy real: aquél que fuese purificado e iniciado viviría junto a los dioses.”

Plutarco, otro iniciado eleusino, escribe que “a causa de estas devotas y sagradas promesas dadas en los misterios […] nos adherimos firmemente a la verdad incuestionable de que nuestra alma es incorruptible e inmortal.”

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En Eleusis estuvo el singular santuario dedicado a la diosa Démeter así como a su hija, Perséfone; habiendo adquirido superlativa importancia por tratarse de uno de los más importantes y difundidos cultos de la Antigua Grecia lo que continuó durante el Imperio Romano extendiéndose a todos sus dominios.

Pausanias afirma que el nombre de Eleusis proviene de ese Héroe hijo de Hermes Trismegisto (Thot egipcio) y de la oceánide Daira u Ogiges. Triptólemo, hijo de Eleusis, habría sido el fundador de los “misterios eleusinos”; esto es en convertir al santuario en una “escuela de sabiduría.”

Se trata de un culto agrario, de fertilidad y, por ello, practicado principalmente a mujeres; con ceremonias especiales en los equinoccios de primavera y otoño.  Así lo confirma una de las versiones del mito de Teresias aquel anciano que revela a Edipo – el rey tebano – secretos que ignoraba. Pues bien, siendo joven Tiresias pide a las sacerdotisas autorización para participar en la ceremonia de fertilidad correspondiente al equinoccio de primavera (21 de marzo, en le hemisferio norte.) Ellas acceden no sin advertirle que le serán vendados los ojos, puesto que en caso de tomar contacto visual con alguna de las practicantes de la ceremonia, será degollado de inmediato. Tiresias accede. Pero, en medio del ritual a causa de sus movimientos corporales, pierde la venda enfrentándose las miradas. El paso siguiente sería su muerte. Tiresias pide ayuda a los dioses. Que le responden que existe una sola manera de evitar la muerte: es que la divinidad lo convierta en mujer; puesto que cualquier mujer puede mirar a las sacerdotisas. El joven acepta y, por años, convertido en mujer participa en todos los misterios eleusinos. Desarrolla, por esto, sus capacidades extrasensoriales que lo convierten en adivino. Un buen día advierte que necesita regresar a su condición original, de varón sin que ello le implique la muerte inmediata. Una vez más pide ayuda a los dioses quienes le indican que lo devolverán a su condición original pero privado de la vista, de manera que sus ojos no puedan identificar a los practicantes de los misterios. Tiresias acepta. Es el ciego – dotado del don de adivinación – que devela a Edipo el enigma que ni los videntes del reino de Tebas desconocían.

Estas ceremonias iniciáticas habrían comenzado en el 1.500 a. J. y continuado sin interrupciones al menos durante dos milenios.  Conviene recordar que los primeros asentamientos en la zona datan del 2.000 a. J.

 

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¿En qué fecha nació Jesús realmente ?

En el siglo segundo de nuestra era ya se celebraban las Pascuas de Resurrección, pero – curiosamente – no se festejaba la Navidad ¿Por qué?

“La Navidad no estaba incluida entre las primeras festividades de la Iglesia (…) Los primeros indicios provienen de Egipto… Las costumbres paganas relacionadas con el principio de enero se centraron en lo que fue la fiesta de la Navidad” (Enciclopedia Católica edic. 1911).

La misma fuente expresa que la fecha: “Fue insertada siglos más tarde y adaptada, precisamente del paganismo. Jamás se celebró con este carácter en los primeros siglos (hasta el IV), dado que la costumbre no era celebrar el natalicio, sino recordar la muerte de personajes importantes”.

Se desconoce la fecha de nacimiento. Los especialistas coinciden en aceptar que Jesús nació en el año 6 a. J.; pero sin precisiones sobre el día y mes ya que, en los Evangelios, sólo se describen detalles de circunstancia. Tales datos hacen pensar que Jesús nació en verano y no apenas comenzado el invierno (recordemos que fines de diciembre es invierno en Medio Oriente). Cuando los Evangelios relatan costumbres de los pastores con sus rebaños típicas de la época estival – como apacentar los animales durante la noche – comprendemos que el nacimiento tuvo que haberse producido, seguramente, entre julio y setiembre.

“(…) Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban vigilias de la noche sobre su rebaño”. (Lucas, 2.1-8)

Juan Pablo II declaró al respecto: “Por lo que se refiere a la fecha precisa del nacimiento de Jesús, no existe ninguna seguridad, las opiniones de los expertos no son concordantes, por lo que la fecha del 25 de diciembre no es histórica, sino simbólica”.                                  

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El Dr. Las Heras en Capharnaun

Algunos teólogos (basándose en los textos sagrados) propusieron datarlo en fechas muy disímiles: 2, 6 y 10 de enero, 25 de marzo, 15 y 20 de abril, 20 y 25 de mayo entre otras. El Papa Fabián (236-250) calificó de profanos a todos aquellos que intentaran determinar el natalicio. Por su parte, los pueblos cristianos de Oriente adoptaron el 6 de enero para dicha celebración en coincidencia con la fecha pagana en que apareció Osiris entre los egipcios y Dionisos entre los griegos.

En el Concilio de Nicea (325) Eusebio, quien fuera el primer historiador eclesiástico, declaró oficialmente que Jesús es una divinidad, ya que Padre e Hijo son la misma persona. Eligió designar el nacimiento de Jesucristo en el solsticio de invierno del hemisferio norte – 24 de diciembre – cuando se festejaba el nacimiento de varias divinidades; pero sobre todo de la “Festividad Romana en honor del Nacimiento del Sol Nuevo”. En ese mismo día Brumalia se celebraba en todo el Imperio Romano. La noche del 24 al 25, los romanos conmemoran el Natalis Solis Invicti (Nacimiento del Sol Invicto) dedicado a Mitra, el Dios Indo-Persa de la luz que había desplazado a Apolo, el mediador entre Dios y los hombres.

Este culto de bienvenida al solsticio de invierno fue tan popular que se extendió entre los cristianos. Así, Honorio estableció este día en el siglo cuarto y la Iglesia Occidental lo acató en el 440 y el Concilio de Agde (506) decretó la fecha como obligatoria e inamovible.

Solsticio es una expresión latina que significa “el Sol que se detiene”. El solsticio de invierno marca el día de menor luminosidad solar del año indicando – simbólicamente – el nacimiento del nuevo Sol; señalando el término y el comienzo de un nuevo año astronómico. Este fenómeno astronómico es a la inversa en el hemisferio sur donde el 21 de diciembre es el día de mayor iluminación solar del año.

En un principio la Navidad tuvo un carácter bien simple. Alrededor del siglo octavo fue adquiriendo un aspecto más festivo. Gradualmente, la iluminación y decoración engalanaron casas, balcones y templos. Lecturas, villancicos y emotivas escenas de Belén, llegan a nuestros días representando el espíritu navideño.

 

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13 de octubre: Aniversario de la detención de los Caballeros Templarios. Enigmas y misterios.
En la noche del viernes13 de octubre de 1307 fueron detenidos – sólo en París – 140 miembros de la Orden del Temple por disposición de Felipe el Hermoso, Rey de Francia, acompañado por la conducta entre neutral y silenciosa del Papa Clemente V a quienes los Templarios respondían en forma directa. Entre los arrestados estuvo Jacques de Molay, Gran Maestre de la Orden.

A partir de allí, todo lo relacionado con esta historia se hace confuso. El paso de los siglos, en lugar de haber ayudado a arrojar luz, profundiza las tinieblas.

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Empecemos por que nunca han estado del todo claras las razones por las que el rey Felipe tomó esta decisión. El hecho de ser importante deudor del Temple y de que, en su momento, no fuera admitido su ingreso a la Orden nunca parecieron razones suficientes para su encarnizada conducta que incluyó cárcel y torturas durante varios años para los detenidos.

Cabe consignar que la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Jerusalén (habitualmente conocida como “Orden del Temple”) contaba – en aquellos días – con un exorbitante poder económico y financiero extendido por toda Europa. Esta institución movió en 300 años más piedras para erigir castillos, templos y catedrales que los egipcios en la construcción de las pirámides. Sólo para poner un ejemplo, fueron quienes inventaron el “cheque del viajero” por lo que se podía depositar – pongamos por caso – dinero en una casa templaria de Londres e ir retirando partes en París, Roma, Atenas y tantas otras localidades, a medida que una familia hacía su peregrinación a Tierra Santa. Contaban, además, con una enorme flota comercial así como militar.

Sólo lo que estamos señalando obliga a pensar en un consejo directivo compuesto por personas con reales conocimientos matemáticos, geográficos, astronómicos, arquitectónicos, de ingeniería, etc. ¿Cómo es posible entonces entender que el Gran Maestre Jacques de Molay fuera un caballero que ignoraba la escritura y la lectura? Cabe entonces preguntarse si éste no era el Gran Maestre exotérico, quien así era presentad o a los profanos, pero había otro sólo conocido por los iniciados más avanzados de la Orden; el Gran Maestre esotérico.

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El Autor en las murallas de San Juan de Acre (Tierra Santa)

Es igualmente muy extraño que siendo los Templarios una orden militar con un desarrollado servicio de informaciones, inteligencia y espías hábilmente distribuidos, no hubieran tomado conocimiento de los planes de Felipe por lo que fueron apresados tan fácil y sin oponer resistencia alguna.

Está históricamente comprobado que cuando los agentes del rey de Francia ingresaron al cuartel central del Temple, en París, no quedaban allí ni documentos ni tesoros. La bóveda que los atesoraba estaba vacía. Inequívoca referencia a que los superiores de la Orden se adelantaron a las acciones del monarca pero que, tal vez, para evitar seguir siendo perseguidos, permitieron que la cúpula pública fuera arrestada. De ser esto correcto, se trató de un acto de enorme valentía personal y grandeza espiritual de aquellos que, luego, permanecieron años detenidos y torturados hasta ser quemados en la hoguera en su mayoría.

Finalmente diremos que al tiempo que aquellos caballeros eran detenidos, la flota templaria (constituida por una treintena de embarcaciones como mínimo) fondeada en el puerto de La Rochelle (que ellos administraban y tenían fortificado sobre aguas atlánticas) y preparada de antemano, zarpó esa misma noche. Hasta el presente no se conoce – con certeza – cuál fue su destino. Desaparecieron para siempre.

Esos barcos que se hicieron a las aguas del Océano Atlántico ¿llevaban a los verdaderos dirigentes del Temple así como los numerosos documentos secretos – en su mayoría mapas de rutas marítimas – y cuantiosos tesoros?

Como tantos hechos protagonizados por los Caballeros Templarios, tampoco hay respuestas definitivas.

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Orígenes de la creencia en la reencarnación

La reencarnación, palingenesia o metempsicosis es la creencia de que – tras fallecer la persona – hay “algo” de ella que subsiste en otra esfera imperceptible – el Más Allá – con la característica especialísima de que ese “algo” mantiene consciencia de quien hubo sido durante la vida terrena.

Ideas reencarnacionistas se encuentran ya en la más antigua Tradición Hermética que afirma la existencia de un principio perenne e individualizado que habita y anima al cuerpo humano y que, ocurrida la muerte, transcurre un tiempo indefinido en el Más Allá, hasta encontrar un nuevo cuerpo conveniente, reencarnando en éste.

Para todas las escuela iniciáticas, esotéricas y de sabiduría, la reencarnación es un hecho cierto y comprobado, siendo, por lo demás, la causa primera por la cual cada persona durante su tránsito terreno debe procurar mejorar en sus facetas espirituales e intelectuales en vista a un crecimiento trascendente que lo ligue – de manera definitiva y transmutadora – con el plan del trazado por el Gran Arquitecto del Universo.

La reencarnación es una de las creencias más antiguas. Forma parte del hinduismo, el budismo y otras filosofías orientales. En Occidente, la reencarnación tuvo adeptos entre algunos filósofos griegos. En nuestros tiempos se encuentra entre las enseñanzas de las sociedades teosóficas, los gurús hindúes, los popularmente denominados “psíquicos” y en el movimiento conocido como Nueva Era. Mediante este último fueron importadas a Occidente muchas creencias orientales. Eso sí, casi nunca comprometiéndose a los serios cambios de vida que las filosofías orientales proponen, sino aceptándolo como algo que está de moda. Parte de la trivialización tan frecuente en estos tiempos del siglo XXI.

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Las más antiguas civilizaciones –como la sumeria, egipcia, china y persa–  la conocieron en profundidad, pero esos saberes así como las prácticas de vida que implicaban, quedaban restringidos a los iniciados. Es por ello que los cultores de la historia oficial prejuzgan suponiendo que no creían en la reencarnación. Lo cual es absolutamente falso puesto que los sacerdotes dedicaban sus días a progresar espiritualmente y desentrañar lo más que les fuera posible las leyes universales, a efectos de estar preparados para una futura vida mejor.

Cuando apareció el budismo en la India, en el siglo V a. J., adoptó la creencia en la reencarnación. Y por él se extendió por China, Japón, Tíbet, y más tarde, halló tierra fecunda en Grecia y Roma. Así penetró también en otras religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe. La primera noticia concreta de la idea de la reencarnación la hallamos en la India y procede del siglo VII a. J.

Si rastreamos el tema de la reencarnación, que en una de sus uerpo de otro ser, no aparece en ninguna de las fuentes básicas del judaísmo. Recién el «Zohar» y la mística cabalística proveen al judaísmo de una idea tal como la reencarnación. El judaísmo jamás aceptó la idea de una reencarnación. Así en el Salmo 29 leemos: “Señor, no me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no exista más” (v.14). Y el Libro de la Sabiduría , dice: “El hombre, en su maldad, puede quitar la vida, es cierto; pero no puede hacer volver al espíritu que se fue, ni liberar el alma arrebatada por la muerte.’’ (16,14).

Fue recién en el año 200 a. J. cuando entró en el pueblo judío la fe en la resurrección, y quedó definitivamente descartada la posibilidad de la reencarnación. Algunos eruditos creen encontrar el origen de estas ideas fuera del judaísmo, quizás en las religiones extremo orientales, que de algún modo llegaron a influir y ser parte de las creencias en algunos grupos judíos. El cristianismo, nacido del judaísmo mismo, es igualmente resurreccionista y no acepta la reencarnación.

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El cuerpo más abundante de evidencia que apoya la reencarnación como un hecho concreto de comprobación científica posible, ha sido reunido por el doctor Ian Stevenson (1918/2007), quien fuera un destacado médico psiquiatra y parapsicólogo canadiense, Jefe de la División Estudios de la Percepción en la Universidad de Virginia, que desde los años sesenta del Siglo XX, se dedicó a indagar en casos de presunta “memoria extracerebral” atribuible a presuntas reencarnaciones.

Stevenson consideraba que el concepto de reencarnación podía complementar a los de herencia y medio ambiente en virtud a lo cual resultaba colaborar con la medicina moderna en la comprensión de aspectos aún no bien aclarados del comportamiento humano y su desarrollo a lo largo de la existencia terrena. En verdad, un punto de análisis muy provocador habida cuenta de lo complejo que le resulta a la Ciencia aún hoy en día explicar peculiaridades de la personalidad humana. ¿Acaso estarían motivadas en hechos acontecidos en anteriores encarnaciones?

Y así como una imagen vale por mil palabras, un relato extraído de las publicaciones hechas por Stevenson nos eximirá de mayores aclaraciones.

El caso que hemos elegido es el de Indika Guneratne, un niño di Sri Lanka – allá donde en su momento decidió radicarse el novelista Arthur Clarke – nacido en 1962 y que Stevenson comenzó a estudiar seis años después.

Indika por primera vez comenzó a hablar cuando tenía unos dos años y uno o dos años después empezó a describir una supuesta vida anterior en la que había sido un acaudalado residente de Matara, ciudad en la costa sur de Sri Lanka. Entre sus recuerdos se encontraban las características de la suntuosa mansión en que había residido, el auto Mercedes Benz que poseía como así también algunos de sus objetos preferidos y los elefantes que eran de su propiedad. Y otros datos muy precisos, como que el nombre de su chofer había sido Premdasa.

El padre de Indika, G. D. Guneratne, indagó en las declaraciones de su hijo descubriendo que un hombre de esas condiciones realmente había vivido en la ciudad indicada por su hijo. Pero no llevó adelante ninguna investigación más; esto sí le cupo a Stevenson.

Así pudo determinar que se trataba de K. G. J. Weerasinghe, un acaudalado comerciante de maderas, fallecido en 1960 dos años antes del nacimiento de Indika.

Stevenson pudo constatar que todos los dichos del niño coincidían, salvo algunos detalles. El fallecido sólo tenía un elefante y no varios. Tampoco había sido dueño de un automóvil Mercedes Benz. Pero, y esto es igualmente extraordinario, la patente recordada por Indika coincidía con un automóvil de esa marca cuyo propietario había sido un vecino de un pueblo cercano.  Los recuerdos coincidían en un 90% con la realidad histórica. Había algunos desaciertos, es verdad, ¿pero puede la memoria – sobre todo la de un reencarnado – ser perfecta? Cabe aquí suponer que precisamente el hecho de que haya habido errores brinda mayor credibilidad a los dichos de Indika. Stevenson presenta a este caso como uno de los más sugestivos a favor de la reencarnación.

La creencia en la reencarnación va en franco crecimiento en todo Occidente. Así resulta asombroso comprobar cómo cada vez es mayor el número de los que, aun siendo católicos, aceptan la reencarnación. Una encuesta realizada, durante el año 2007, en la Argentina por la empresa Gallup, reveló que el 33% de los encuestados cree en la existencia de la reencarnación. En Europa, el 40% de la población adhiere gustoso a esa creencia. Y en el Brasil, nada menos que el 70% de sus habitantes son reencarnacionistas. Por su parte, el 34% de los católicos, el 29% de los protestantes, y el 20% de los no creyentes, hoy en día la profesan.

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¿Por qué la Navidad se celebra el 25 de Diciembre?

El 25 de diciembre de cada año festejamos la Navidad, que representa la “Natividad del Señor”, es decir, la fecha en que se conmemora el nacimiento de Jesús. Pero, en verdad, éste no fue el día en que ocurrió su nacimiento, desconociéndose cuándo ocurrió. La Iglesia de los primeros siglos aceptaba desconocer esa fecha, incluso el año, y algunos pontífices llegaron a castigar con pena de excomunión a quienes se atrevieron a proponer alguna.

Hay cuestiones científicas que aseguran la imposibilidad de que Jesús naciera en pleno invierno. El frío de aquellas zonas no permitía que hubiese pastores cuidando a sus rebaños, ni que algún niño naciera en una cueva como lo afirma Lucas en su Evangelio. Todos hubieran muerto congelados. Se deduce que – dados tales datos – Jesús naciera entre marzo y junio; esto es: en la primavera boreal.

La elección del 25 de diciembre la estipuló oficialmente el Papa Liberio en el año 354 para superponerla al inicio de las tradicionales celebraciones paganas del Solsticio de Invierno.

Tampoco nació en el año cero. Error de Dionisio el Pequeño – también llamado “el Exiguo” – monje del siglo VI, padre de nuestro calendario, quien, según los especialistas en el tema y de acuerdo a mis propias investigaciones, equivocó sus cálculos en, aproximadamente, siete años al datar el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús hubo nacido en el año 753 desde la fundación de Roma. De modo que Jesús habría nacido siete años antes.

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  Tintoretto: Nacimiento de Jesús

Lo que debemos destacar es que la elección del día de nacimiento no fue casual. El emperador Constantino aconsejó a los cristianos la fecha del 25 de diciembre porque coincidía con la gran fiesta pagana dedicada al Sol. En Roma se celebraba el “dies natalis Solis invicti” (“día del nacimiento del Sol invicto”) que representaba la victoria de la luz sobre la noche más larga del año (clara alusión al Solsticio de Invierno). Esta explicación se basa en que la liturgia de la Navidad y los cristianos de la época establecían un paralelismo entre el nacimiento de Jesús y algunas expresiones bíblicas referentes a él tales como “sol de justicia” (Mateo 4, 2) y “luz del mundo” (Juan 1, 4).

Hay algunos datos más llamativos que resaltar. El cristianismo de aquella época estaba en franca “competencia” con los tradicionales ritos paganos, muy arraigados en la población; especialmente con los que se efectuaban entre el 24 y 25 de diciembre en honor a Dionisios (divinidad del vino, la fecundidad y la muerte); al nacimiento de Eón en Alejandría; a Osiris y, según la leyenda, también en esa fecha las aguas del río Nilo poseían el poder de curación otorgado por los dioses.

La fecha del Solsticio de Invierno (en el hemisferio boreal que corresponde al Solsticio de Verano del hemisferio sur) ha sido de tanta trascendencia para las distintas culturas, religiones y tradiciones que resulta suficiente destacar el hecho de que prácticamente a todos “los grandes maestros de la Humanidad” se les atribuye haber nacido de una madre virgen y un 25 de diciembre. Así tenemos nacidos el 25 de diciembre a Atis, de la virgen Nana; Buda, de la virgen Maya; Horus, de la virgen Isis (en un pesebre y una cueva); Krishna, de la Virgen Devaki; Zoroastro, también de una virgen; y Mitra (la figura más relevante en cuanto a culto de esa época),de una virgen, en una cueva, siendo visitado por pastores que le llevaron regalos. Esto, entre muchas otras similitudes más que coinciden con las etapas míticas de la vida atribuida a Jesús.

 

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¿Existió una diosa reverenciada en tiempos del Israel bíblico? ¿Hubo un “culto a una pareja divina”?

¿Cuántas veces nos interrogamos sobre por qué el Dios de la Biblia es sólo varón siendo que en su omnipotencia habría de albergar ambos sexos? Una figura única así remitiría al Andrógino cuya existencia mítica evoca Tiempos Primordiales los cuales – tal vez – pueden asociarse a cuando lo Humano habitó el Paraíso.

Otra opción es que Dios fuera asexuado. Pero los relatos y toda la iconografía hacen incapié en su condición masculina.

Hay otra posibilidad. Que la Divinidad sea constituida por un matrimonio – Dios y Diosa – quienes siendo dos en verdad hacen “uno único” con todos sus opuestos integrados. (De alguna manera parece evocar la propuesta de Carl Gustav Jung sobre la obtención del Principio de Individuación.)

En éste sentido van las indagaciones del libro que aquí comentamos, incorporando información que pone al lector frente a la evidencia de que hubo un tiempo en que la Divinidad estuvo constituida por el entramado de un Dios y una Diosa; YHWH y Aserá.

Aserá. Indicios del culto a una diosa en el Israel bíblico (Editorial San Pablo, Buenos Aires, 2012; 128 Págs.) es el título del libro cuya temática está llamada a generar reflexión y controversia, resultado de las investigaciones de Guillermo Carbó, sacerdote católico y licenciado en Teología con especialización en Sagrada Escritura por la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina.

Lo que el trabajo persigue es esclarecer – sin estridencias, y con las puntualizaciones que el tema requiere – sobre la existencia de un culto a una Diosa por parte del pueblo hebreo en tiempos del Antiguo Testamento. En sus consideraciones preliminares el autor indica “se puede afirmar que:

a.-) La literatura ugarítica (S. XIV-XII a.e.c) ha demostrado la existencia de una Diosa, Atíratu, consorte del Dios principal.

b.-) Algunos hallazgos iconográficos (S. XIII-VI a.e.c) sugieren la presencia de un culto a la Diosa Aserá en Israel.

c.-) Las inscripciones arqueológicas (S. VIII-VII a.e.c) muestran bendiciones donde el objeto cultual Aserá es invocado junto a YHWH”.

Habida cuenta que este culto fue extendiéndose en su práctica eso – al parecer – condujo a tomar la decisión de que el mismo fuera erradicado. Como fuentes de este hecho, el autor señala Deuteronomio (12,5; 16,22) y 2 Reyes (18,4; 23,4. 6. 7. 14) La cita de 2 Reyes 21:7 es reveladora:

“Tomó la imagen de la diosa Aserá que él había hecho, y la puso en el templo, lugar del cual el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, he decidido habitar para siempre”.

Entre sus abundantes aportes bibliográficos se incluye un párrafo de S. M. Oylan (Asherah and the Cult of Yahweh in Israel; Scholars Press, Atlanta, 1988) en el que se lee:

“La evidencia bíblica tanto del norte como del sur, sugiere que Aserá fue una parte corriente y legítima del culto a YHWH en círculos no-deuteronomistas, probablemente incluso entre grupos muy conservadores, como parecen indicar las tradiciones de Jehú y el silencio de los libros de Amós y Oseas.”

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Imagen de la diosa Asera

Las investigaciones conducen a la comprensión de que – en un tiempo determinado – hubo la práctica “tradicional” del “culto a la pareja divina.” Al respecto el autor recuerda el tema de la identidad de “la Reina de los Cielos” citada en Jeremías.

Jer. 44:17 antes pondremos ciertamente por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer sahumerios a la reina del cielo, y derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y fuimos llenos de pan, y estuvimos alegres, y nunca vimos mal. 
Jer. 44:18 Mas desde que cesamos de ofrecer sahumerios a la reina del cielo, y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a cuchillo y a hambre somos consumidos.
Jer. 44:19 Y cuando nosotras ofrecimos sahumerios a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿Por ventura le hicimos tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin nuestros maridos? 

Jer. 44:20 Y habló Jeremías a todo el pueblo, a los hombres y a las mujeres, y a todo el vulgo que le había respondido esto, diciendo: 

Jer. 44:21 ¿Por ventura no se ha acordado el Señor, y no ha venido a su memoria el sahumerio que ofrecisteis en las ciudades de Judá, y en las plazas de Jerusalén, vosotros y vuestros padres, vuestros reyes y vuestros príncipes, y el pueblo de la tierra? 

Jer. 44:22 Y no pudo sufrir más el Señor a causa de la maldad de vuestras obras, a causa de las abominaciones que habíais hecho; por tanto, vuestra tierra fue en asolamiento, y en espanto, y en maldición, hasta no quedar morador, como sucede hoy. 

Jer. 44:23 Porque ofrecisteis sahumerios, y pecasteis contra el Señor, y no escuchasteis la voz del Señor, ni anduvisteis en su ley, ni en sus derechos, ni en sus testimonios; por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como sucede hoy. 
Jer. 44:24 Y dijo Jeremías a todo el pueblo, y a todas las mujeres: Oíd palabra del Señor, todos los de Judá que estáis en tierra de Egipto: 

Jer. 44:25 Así habló el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, diciendo: Vosotros y vuestras mujeres proferisteis con vuestra boca, y con vuestras manos lo ejecutasteis, diciendo: Cumpliremos efectivamente nuestros votos que hicimos, de ofrecer sahumerios a la reina del cielo y de derramarle libaciones; confirmáis a la verdad vuestros votos, y ponéis vuestros votos por obra. 

El culto a Aserá no fue resultado de un sincretismo por entramado con algún credo foráneo sino originado en la práctica misma del culto a YHWH. Aquí la cuestión se vuelve apasionante pues entonces, en sus comienzos, el culto a YHWH habría incluido – cual si fueran dos necesarios para conformar la unidad – a una Diosa consorte.

Aunque estudiosos de fines del siglo XIX e inicios del XX entendieron que Astarté y Aserá eran una misma divinidad, mayores precisiones permitieron comprender el error de tales ideas. Aún hay confusión al respecto entre quienes no son especialistas. Tanto es así que en la enciclopedia libre Wikipedia de Internet se lee: Astarté es la asimilación fenicia de una diosa mesopotámica que los sumerios conocían como Inanna los acadios como Ishtar y los israelitas Astarot (Asera o Ashêrâh)”. Ninguna relación hay entre ambas divinidades.

“Aserá fue la esposa de Dios.” Es así para la Dra. Francesca Stavrakopoulou (profesora de Antiguo Testamento en la Universidad de Exeter y con doctorada en Teología por la Universidad de Oxford) quien, además, comenta que:

Es muy significativa la admisión en la Biblia de que la diosa Aserá era adorada en el templo de Yahvé en Jerusalén. En el Libro de los Reyes, se nos dice que una estatua de Asera se encontraba en el templo y que el personal femenino del mismo tejía textiles rituales para ella.

De hecho, aunque la Biblia condena todas estas prácticas, sus textos indican que el culto a la diosa era una característica floreciente de la prestigiosa religión de Jerusalén”.

El autor del libro que comentamos, refiere que en “los textos bíblicos hay al menos seis referencias claras a la Diosa (Cf. Jc. 3, 7; 1 Rey 15, 13; 18, 19; 2 rey 21, 7; 23, 4. 7)” Escribe Guillermo Carbó “Diosa” con mayúscula inicial precisamente para dejar precisa constancia a que se está refiriendo a un algo integrante de la Divinidad única. A mayor abundamiento, leemos: “Si bien se la adora en los altos de Jerusalén y en los altos de Betel, el culto a Aserá se realiza, en primer lugar, en el ´interior´ del Templo de YHWH: allí están los utensilios en su honor, allí se reúnen las mujeres para trabajar para ella y de allí se la saca.” Con estos dichos y otros incluidos en el libro se comprende, a la vez, que el culto a Aserá era atendido por mujeres algunas de las cuales bien podrían haber cumplido el rol de sacerdotisas.

J.Edward Wright presidente del Centro de Estudios Judaicos de Arizona (EE.UU.) y del Instituto Albright de Investigaciones Arqueológicas coincide en que varias inscripciones en hebreo mencionan  a «Yahvé y su Aserá».

«Asera no fue enteramente mencionada en la Biblia debido a sus editores masculinos. Las huellas de ella permanecen, y con base a estos rastros, a las evidencias y referencias arqueológicas sobre la misma en los textos de las naciones limítrofes de Israel y de Judá, podemos reconstruir su papel en las religiones del Levante Sur.»

Aaron Brody, director del Museo Bade y profesor asociado de Biblia y Arqueología de la Escuela de Religión del Pacífico, consultado sobre el tema, expresó que “menciones a la diosa Aserá en el Viejo Testamento son raras y han sido severamente editadas por los antiguos autores quienes fueron los encargados de recopilar esos textos.”

Lo que se evidencia, en general, es que hay unanimidad entre los especialistas en reconocer la existencia de una Diosa en el Antiguo Testamento, aunque no todos estén de acuerdo en que – en alguna época – tal divinidad fue considerada no sólo la esposa de Dios sino merecedora de sus mismas dignidades tales como habitar en el Templo de Salomón.

La cuestión queda bien esquematizada y académicamente expuesta en el texto de Guillermo Carbó quedando abierto a los aportes que nuevos hallazgos permitan.

El libro finaliza con páginas que igualmente merecen atenderse en detalle, dedicadas a analizar algunas implicancias para la fe católica que estos descubrimientos implican. Algunas fotos ayudan a una mejor comprensión de algunas descripciones.

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Importancia de los rituales iniciáticos en la Masonería

Hemos advertido que, ya avanzado el siglo XX, comenzaron a pronunciarse las autoridades de algunas ordenes masónicas – tanto en América como en Europa – en el sentido de definir a la Masonería como una “institución filosófica, filantrópica y progresista” quitando lo que – a nuestro juicio – da su impronta, siendo a su vez raíz y esencia, que es la condición Iniciática a partir de la cual puede definirse tanto como distinguirse ésta hermandad.

Investigando con detenimiento advertimos que ya en el siglo XIX hubieron organizaciones masónicas que también prefirieron utilizar aquella versión restringida.

Resulta obvio que entidades constituidas para realizar tareas filosóficas o bien filantrópicas o de inquietudes progresistas las hay y en abundancia, en todo el mundo. Y también es claro que eso no las convierte en agrupaciones masónicas.

La Masonería Universal de hoy en día es descendiente directa de las más antiguas Escuelas de Sabiduría o de Misterios en las que se formaron aquellas personas que cimentaron el crecimiento espiritual, intelectual así como técnico y científico de la Humanidad.

A modo de ejemplo podemos traer aquí la Escuela Iniciática del Templo de Sais, dedicado a la diosa Isis, en Egipto, donde Solón obtuvo el conocimiento de la Atlántida, tal como lo refiere Platón en dos de sus diálogos.

¿Y qué finalidad cumplía ésta escuela?

Plutarco lo explica con toda precisión y claridad cuando escribe: “El nombre mismo que recibe el templo de Isis da clara indicación de que es amparo del conocimiento y de la ciencia del ser que es. Este templo lleva el nombre de ´Iseión´, es decir, la casa donde se puede adquirir la ciencia del ser, si pasamos piadosamente y con devoción los portales de los santuarios consagrados a Isis.”

¿Qué son estos portales a los que se refiere Plutarco? No otra cosa que una forma metafórica para hablar de los rituales de iniciación. Atravesar cada uno de ellos implica capacitarse para la adquisición de esta “ciencia del ser” que para decirlo de manera moderna y comprensible a todos es la capacidad de lograr poner en acto y de manera armónica todas las potencialidades que cada persona cuenta pero sólo suele mantener en potencia.

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Retrato del Dr. Antonio Las Heras

Allí radica la importancia del proceso iniciático. Cada ceremonia de Iniciación (y recordemos que hay una para el logro adecuado de cada grado masónico) es una oportunidad para enfrentar miedos personales, temores inhibidores, abrirse a un más preciso conocimiento de sí mismo y quedar dispuesto a atravesar con serenidad, fuerza e inteligencia nuevos horizontes que el devenir de la existencia presentan.

Como continuadoras de aquellas originarias – entre las que tampoco podemos olvidar a las que pertenecieron los “Magos venidos del Oriente” que se mencionan en los Evangelios ni a la Orden de los Esenios que habitó en el Kirbet Qumram, a la vera del Mar Muerto, y donde fueron iniciados Juan el Bautista y Jesús el Nazareno – las ordenes masónicas tienen que tener en cuenta la importancia de la práctica del Sendero Iniciático tanto como el hecho de poner en primer término la palabra “Iniciática” cuando se trata de definir a ésta Antigua y Augusta Orden.

A la importancia de los rituales de Iniciación en el marco de escuelas esotéricas, espirituales o de sabiduría – como se las quiera llamar – entre las cuales, necesariamente, ha de estar incluida la Masonería hizo referencia el sabio suizo Carl G. Jung haciendo notar el vínculo entre tales rituales y uno de los símbolos presentes en el Cuadro de Primer Grado; o sea el de Aprendiz, que es la escala (o escalera). Explica Jung “que en esos ritos las escala planetaria de siete peldaños desempeña un papel considerable, como lo sabemos por ejemplo por Apuleyo”. “Los ritos de iniciación del sincretismo de la Antigüedad tardía, – sigue expresando Jung – que ya estaban fuertemente penetrados por la alquimia, se ocuparon principalmente del ´ascenso´, es decir, de la sublimación”. “También se representó con mucha frecuencia el ascenso con la escalera de mano, de ahí que figure también una pequeña escalerilla para el Ka del muerto entre los objetos que los egipcios ponían en las tumbas.” “La idea del ascenso, a través de los siete círculos planetarios, significa el retorno del alma a la divinidad solar de la que proviene…” “El misterio de Isis que nos describe Apuleyo culmina en lo que la alquimia de la primera parte de la Edad Media – a través de la tradición árabe se remonta directamente al tesoro cultural de Alejandría – llamó solificatio: el iniciado era coronado como Helios”. (1.-)

Obsérvese que, a partir de este conocimiento, comprendemos que la escala que aparece en el Cuadro de Primer Grado es algo bastante más complejo que la explicación a través de la Escalera de Jacob que suele usarse como elemento de interpretación en la literatura masónica. Aquí nos estamos remitiendo a un símbolo varias veces milenario entramado con los rituales de Iniciación que los adeptos debían cumplir para su permanencia en aquellos templos originarios hasta convertirse en sacerdotes o, lo que es lo mismo, lo que hoy denominamos maestros.

A mayo abundamiento, Jung anota: “El Siete corresponde a la grada suprema y representaría por lo tanto, en el sentido de la iniciación, lo que se ansía y desea”. (2.-)

Y, finalmente, esta otra cita junguiana: “considérense por ejemplo los frescos de la Villa de los Misterios de Pompeya, en donde la embriaguez y el éxtasis no sólo están muy cerca la una del otro, sino que hasta son una y la misma cosa. Pero puesto que desde épocas remotas las ceremonias de iniciación tienen también un sentido de curación…” (3.-)

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                     Fragmento de los frescos de la Villa de los Misterios de Pompeya

Compréndase la implicancia de esta última transcripción. Pues hace referencia a las cualidades terapéuticas que tiene recorrer el Sendero Iniciático.

El recorrido del Sendero Iniciático, a través de las ceremonias y rituales correspondientes, permite acceder a nuevos y siempre valiosos estados de personalidad donde la integración de los opuestos se convierte en hecho cotidiano. El tan conocido símbolo masónico del piso de mosaicos blancos y negros armónicamente dispuestos remite, precisamente, a ese hecho de sumar y no restar. Cuando en masonería se habla de Ciencia no es en la definición obliterada vulgar que remite a instrumentos de medición. Es eso pero con más lo interno: lo espiritual. Es el laboratorio pero también el oratorio; los dos lugares de frecuentación ineludible por los alquimistas cabales. Es la razón con la intuición. Es la percepción sensorial con lo paranormal. Es el pensamiento con la creatividad que surge de lo inconsciente imbuido de la vitalidad que sólo lo Inconsciente Colectivo puede dar. Es la persona útil para si capaz de integrar el criterio de “nos”, de “nosotros” superador del miserable ego y que lleva progreso; es decir, Verdadera Luz, a la comunidad.

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Símbolos de la Masonería

Y como la profanidad ha avanzado con sus indiscreciones puertas adentro del templo, será menester dejar aquí sentado que no existe la autoiniciación. Iniciación implica transmisión. Una transmisión “de la palabra al oído” que sólo puede ser realizada por quien ya pertenece a la hermandad contando con su experticia en la materia. Ya en 1661 dejó constancia de esto el anónimo francés “Theatrum chemicum VI” cuando leemos: “… raro, secretísimo, inextinguible fuego de los mismos.” “Mas, por mucho que yo diga, es empero punto menos que imposible descubrir y experimentar cuál sea la verdadera y única materia de la piedra de los sabios, si no es fielmente revelada por un amigo que la conozca…” (4)

Sobre dicha comunicación de los secretos y misterios y ciertas claves de las mismas, expresa Jung: “¿Qué es, pues, lo que un adepto susurra al otro al oido, mirándolo en torno temeroso de que alguien traicione o – mejor – adivine? Es nada menos que la incorporación en el hombre, o la atracción a su propio ámbito, por medio de esa doctrina, del Uno y el todo, lo Sumo en la figura de lo mínimo, Dios mismo en sus eternos fuegos…” (5)

La auténtica Masonería, de la misma manera que ocurre con todas las organizaciones iniciáticas las que, por serlo, tienen el requerimiento de condición esotérica y espiritualista, cumple, mediante el sagrado trabajo en sus templos, aquella función que permite dotar a cada persona (varón o mujer) de las herramientas necesarias para que – en una auténtica transmutación – pueda hacer aquello que pidió Píndaro en la sentencia: “Conviértete en lo que eres.” El mundo profano de hoy, dominado por el Dios Mercado, acucia en todas las formas posibles para que hombres y mujeres busquen lucir máscaras de todo tipo. Tales máscaras no son otra cosa que significantes del engaño, la mentira y la tergiversación y, por ello, llevan a niveles de vacío existencial de los que sólo se cosecha frustración, insatisfacción, mediocridad y banalidad.

El Iniciado persigue lo opuesto. Diluir todas sus máscaras. Enfrentarse ante la autenticidad.      

Así lo enseñó Clemente de Alejandría quien en su Paedagogus (II, I) manifiesta: “Es, pues, según parece, la máxima doctrina el conocerse a sí mismo. Pues si un hombre se conoce a sí, reconocerá a Dios.”

O sea, hallará en sí mismo nada menos que aquella chispa divina que es esencia constituyente de lo humano. Pues la Verdadera Luz – esa que disipa toda tiniebla, ahuyenta cualquier fantasma, elimina la duda y la confusión – no se encuentra en otro sitio ni lugar que no sea “en el alma inmortal” de cuyo convencimiento no tuvieron vacilaciones los hermanos y hermanas masones que nos precedieron en otros siglos.

REFERENCIAS.

(1.-) JUNG, Carl G. Psicología y Alquimia. Obra Completa. Volumen 12. Editorial Trotta. Madrid, 2005. (Pág. 51)
(2.-) JUNG, Carl G. Psicología y Alquimia. Obra Completa. Volumen 12. Editorial Trotta. Madrid, 2005. (Pág. 55)
(3.-) JUNG, Carl G. Psicología y Alquimia. Obra Completa. Volumen 12. Editorial Trotta. Madrid, 2005. (Pág. 97)
(4.-) Anónimo. Theatrum chemicum VI. Instructio de arbore solari Paris, 1661. (Pág. 163)
(5.-) JUNG, Carl G. AION. Contribución a los simbolismos del sí-mismo. Paidós. Barcelona, 1992. (Pág. 155)